sábado, 22 de junio de 2013

Película: Los Girasoles Ciegos
Año: 2008
Director: José Luis Cuerda
Interpretación: Maribel Verdú, Javier Cámara, Raúl Arévalo, Irene Escolar, Martín Rivas, José Ángel Egido, Roger Princep
País: España .
Género: Drama social, post-guerra civil

Basada en dos de los cuatro relatos que forman el libro, del mismo nombre, de Alberto Méndez, se trata del retorno de José Luis Cuerda a la gran pantalla tras su excelente película La lengua de las mariposas (1999). Y si en esta última Cuerda nos llevaba a los tiempos previos a la Guerra Civil, con Los girasoles ciegos nos situamos en la primerísima postguerra. En Ourense, en 1940, una familia vive entre la clandestinidad y el engaño: el padre, Ricardo (Javier Cámara), un profesor republicano de instituto, prófugo y perseguido por la justicia franquista, lleva escondido desde julio del 36 en su casa, en un refugio entre paredes tras un armario. Trata la familia de llevar una vida normal: la madre, Elena (Maribel Verdú), cuida de su marido y del pequeño Lorenzo (Roger Príncep), mientras ve como su hija mayor, Elenita (Isabel Soriano), embarazada, marcha con su novio (Martín Rivas) a un exilio forzado en Portugal. Las cosas se complican con el nuevo profesor de Lorenzo, el diácono Salvador (Raúl Arévalo): un personaje atormentado, que vé como su fe flaquea tras haber servido como alférez en el ejército sublevado durante la guerra, que ha matado y sabe lo que ello significa, y que se deja llevar por la lujuria cuando conoce a Elena. De las dos historias que se narran en la película, la mejor es la del diácono, Elena, el pequeño Lorenzo y el padre prófugo en su propia casa. La segunda, la huida de los dos jóvenes enamorados a Portugal, apenas se toca: si no se hubiera añadido al resto del metraje tampoco se habría notado nada. El guión de Cuerda y de Rafael Azcona, es pausado, contenido, algo maniqueo en ciertos personajes (los falangistas y sacerdotes fieles al régimen). Los diálogos entre Salvador y el rector del seminario al que pertenece (Jose Ángel Egido) son soberbios: a través de ellos conocemos a Salvador, sus cuitas y sus obsesiones, sus miedos y sus traumas. Del mismo modo, Javier Cámara construye con sobriedad a otro personaje atormentado: el padre de familia enclaustrado en su hogar, obligado a esconderse del resto del mundo para salvar su vida. Es curioso: el diácono casi está deseando salir del seminario y del colegio encegado por las caderas de Elena, mientras Ricardo está condenado a mantenerse escondido en su casa, traduciendo textos al alemán para que su mujer los venda y así sacar adelante a la familia. 
Una obra de excelente calidad para los amante de un cine de primera.

Fabián Requena








domingo, 16 de junio de 2013

Película: Lost in La Mancha
Año: 2002
Director: Keith Fulton , Louis Pepe
País: España
Género: Documental

Como muchos otros aficionados al cine, he disfrutado enormemente de las películas del director Terry Gilliam, como "Brazil", " Tideland", "El imaginario mundo del Doctor Parnassus", "12 Monkeys", por mencionar solo algunas. 
Por eso es doblemente interesante ver el documental "Perdido en La Mancha", que narra el colapso y eventual cancelación de la película "El Hombre que Mató a Don Quijote", misma que Gilliam apenas comenzaba a poner en marcha cuando múltiples tragedias detuvieron la filmación.
A pesar de tener un elenco potencialmente brillante (que incluía a Johnny Depp, Vanessa Paradis y Jean Rochefort), todos los estudios en Hollywood rechazaron el guión de Gilliam, por lo que el valiente director decidió filmar "El Hombre que Mató a Don Quijote" en España, financiado por un grupo de inversionistas europeos. Pero los problemas subsecuentes, que incluyeron falla humana, enfermedades, política económica, catástrofes naturales y simple mala suerte, llevaron a la cancelación de la cinta, por considerarse imposible de realizar con los recursos disponibles.
Este documental comenzó como un simple "detrás de las cámaras", tal vez destinado a aparecer en la sección de Extras de un DVD, pero cuando se canceló la película, los videógrafos Keith Fulton y Louis Pepe se dieron cuenta de que tenían en sus manos un testimonio de primera clase de uno de los fracasos más sonados en el cine contemporáneo, lo cual aprovecharon muy bien para elaborar este detallado, pero corto documental. Y desde luego no se pasa por alto el hecho de que el mismo Terry Gilliam se muestra como una figura quijotesca, luchando contra la adversidad para que prevalezca su fantasía personal.
Pero a pesar del triste final y su vagamente negativa visión de la industria fílmica, "Perdido en La Mancha" resultará muy interesante para los aficionados al cine que deseen echar un vistazo al normalmente oculto mundillo detrás de las cámaras, cuyos inherentes obstáculos y problemas hacen casi milagroso que una película llegue finalmente a los cines. En menor medida, este documental también ofrece una nueva perspectiva del proceso creativo de Gilliam, cuya visión artística obviamente supera las limitaciones económicas con las que normalmente tiene que trabajar.
Si en algo peca "Perdido en La Mancha" es en mostrarse demasiado condescendiente con sus sujetos, por no mencionar que el tema es demasiado ligero e intrascendente. Ciertamente fue una tragedia para Terry Gilliam, pero es difícil compadecerse de un exitoso director. No obstante, el escaso pietaje que sobrevive de ese fiasco pone de manifiesto que "El Hombre que Mató a Don Quijote" hubiera sido una más de las notables películas de Gilliam y por causas totalmente ajenas a su control nunca podremos verla. En fin, así es el cine.
Sin embargo, es un poco difícil definir si es la eventualidad del rodaje de la película el que origina un documental o es la propia causa del documental lo que genera un corto cinematográfico de primera clase. No puede ser tanta casualidad que haya una relación en la misma vida de Gilliam y los sueños del Quijote. Se juega con la magia del director, en esos eventos que permiten darle una lección de vida a la obra, tantos incidentes concatenantes hasta matar la obra como tal da origen al documental tras cámaras, con un gran juego de fotografías armónicas que pareciesen en vez de casualidades, CAUSALIDADES. Si la intención fue darnos un documental de calidad lo lograron, y si la intención fue ver el fracaso de una película, también lo lograron. Se impone la magia, los aspectos surrealistas y oníricos de Gilliam nuevamente. Esto nos deja un abre boca y una pagina abierta para que en algún momento el guion siga su rodaje, o tal vez, jugo con el observador logrando sus Quijotadas.

Fabián Requena









sábado, 8 de junio de 2013

Película: Nikkei
Año: 2011
Director: Kaori Flores
País: Venezuela, Perú y Japón
Género: Documental


La Película Documental: “Nikkei”(Estreno: Año 2011), creada por mi amiga Directora & Productora & Guionista & Directora de Fotografía: Kaori Flores Yonekura, de padre venezolano y madre japonesa, es un “documental vanguardista” que se desarrolla en un “lenguaje cinematográfico vehicular” o en una “lingua franca del film” para acceder a diversas culturas, economías, expresiones emocionales, sistemas sociales y estructuras psicológicas; dan como resultado una semántica original con identidad propia, siendo este el punto de vista de Kaori Flores Yonekura, quien logra plasmar narrativamente las ciencias cognitivas de la cultura japonesa y latinoamericana, dando un mayor énfasis a su país natal: Venezuela. La película documental se sumerge en una introspección retrospectiva poética, en donde la Directora Kaori y los personajes que participan en el film, comparten con el espectador las múltiples dimensiones de sus vidas e historias familiares। “Nikkei” es un documental conmovedor que explora los espacios abandonados y olvidados por causa del sufrimiento y dolor familiar como un mecanismo de supervivencia. El espíritu activo de Kaori logra reconstruir, unir y reunir los puentes generacionales fracturados por los viajes y destinos que tomaron sus familiares. Japón, Perú y Venezuela, son las locaciones donde el documental es filmado con gran respeto y pulcritud. Los pasos de fe que dieron sus abuelos para viajar desde Japón hacia Perú y las razones que los motivaron a establecerse posteriormente en Venezuela son reveladores. Así mismo, la película nos muestra cómo el fatídico conflicto de la Segunda Guerra Mundial continúa teniendo repercusión directa con el actual desarrollo de las familias nikkei en toda América.

Fabián Requena




sábado, 1 de junio de 2013

Película: Tideland
Año: 2005
Director: Terry Gilliam
Interpretación: Jodelle Ferland, Jeff Bridges, Jennifer Tilly, Janet McTeer, Brendan Fletcher
País: Reino Unido, Canadá. 
Género: Drama Fantástico

Fascinado, asqueado, derrotado, conmovido, sublimado, insultado: así me sentí. Todos esos adjetivos convienen y haría falta alguno más a capricho del usuario de la rareza que le colocan en la pantalla. Porque Tideland es un exabrupto, un ejercicio de independencia total que arrastra con todas las consideraciones morales para formular algunas cuestiones sobre la vida y sobre la muerte, sobre la realidad y sobre la rutina. En ese camino discursivo Tideland asquea y asombra a partes iguales; y uno, muy suelto ya en provocaciones, reconoce que le han pillado desprevenido y que haría falta una reflexión más serena si no deseamos caer en lo más sencillo, que sería negar el magisterio plástico, el desparpajo fílmico (hay aquí cine de muchísima altura) y quedarnos únicamente con lo visible, con la letra pequeña de esta pequeña joya, con el dibujo hiperrealista de Jeliza-Rose, la protagonista absoluta del film, la hija de dos toxicómanos terminales, a los que cuida, mima y abastece de alucinógenos . Esta especie de Alicia lisérgica, tutelada (es un decir) por dos yonkis en continuo consumo de heroína decapita toda pequeña posibilidad de empatía emocional y nos construye un universo de juguetes rotos y de improbables emociones infantiles que va mezclando lo onírico con lo real hasta que el conjunto exhibe su verdadero tono, que oscila entre lo perturbador o lo demencial o lo insoportable o lo lírico o lo hipnótico o lo fascinante. En esta compleja red de emociones bascula Tideland y no es posible (al menos yo no he sido capaz de mirarla sin la previsible contaminación de mis prejuicios) advertir toda su hermosura y su fantástica plasticidad sin que un ramalazo de pudor nos susurre al oído las inconveniencias de dejarnos arrastrar por tan peculiar artefacto. Gillian tal vez se ha censurado toda rémora de su brillante pasado narrativo y se ha arrogado el don más inherente a un creador: la libertad. Justo la libertad a la que ningún cineasta puede rendirse con plenitud por el bozal de las compañías y por el catón fabuloso de la caja registradora. El espectador, el público, si se le asfixia en exceso, patalea y sale pitando de la sala. Hay que tener una buena cobertura de grasa en el estómago para que las ideas aquí formuladas no acaben ingresando en el torrente sanguíneo de modo que Tideland nos afecte más de lo que debería. La visión de una niña sobre la realidad hostil de los adultos, sobre su infierno más doloroso, remite a Alicia en el país de las maravillas, pero Gilliam embota la sensibilidad de la niña entusiasta y traviesa y la coloca en la zozobra absoluta de un mar de jeringuillas y de asco; repele todavía más cuando advertimos que son los padres (los creadores de la criatura) los que celebran su orgía continua sin atenderla (en ninguna circunstancia, bajo ningún concepto) como cualquier niña de diez años merece. Si el amable lector de esta página de cine desea sentir transgresión y ve en saltarse los tabúes sociales una buena forma de echar una tarde de domingo puede penetrar en la imaginación intoxicada de este autor inclasificable, genial y deprimente, a la altura del talento más salvaje y también desprovisto de la grimosa visión del cine comercial de Hollywood, que sobrepone el punto de vista ético y el cuidado en las formas y en las ideas antes que la disfunción y la proclividad excesiva al riesgo y a la demolición total de todos los pequeños logros que hemos ido arrojando al vasto saco del cine como testigo de la Historia y pieza maestra de su evolución. Hay aquí la suficiente obscenidad como para saltarse la recomendación de que debemos verla: yo así lo pienso. Hay en Tideland poesía aunque quizá la responsabilidad de Gilliam ante su propia convicción de estar al margen de la industria haya convertido esa poesía en un falso inventario de imágenes poderosas, de fogonazos intensos de lirismo (la casa abandonada) o de muy sugerentes brochazos de surrealismo (la vecina apicultora en medio de la nada), y haya perdido credibilidad, convirtiendo su película en un farragoso y estimulante pedazo de su ingenioso cerebro. Imposible no traer a esta reseña la figura de un Jeff Bridges sobredotado para ser actor y capaz de componer registros inconmensurables sin caer en las trampas de otros que, siendo excelentes actores también, recurren a histrionismos, a forzamientos. El padre yonki (que es el segundo en caer tras un viaje definitivo) está poco en pantalla, pero la llena con creces y su imagen, en el sofá, narrando las acrobacias mentales de su ministerio tóxico, duran en la memoria y hacen que no podamos imaginar (ése es el triunfo del actor) a nadie más en su piel.

Fabián Requena