sábado, 5 de octubre de 2013

Película: Perfect Sense
Año: 2011
Director: David Mackenzie
Interpretación: Ewan McGregor, Eva Green, Connie Nielsen, Ewen Bremner, Stephen Dillane, Denis Lawson
País: Reino Unido 
Género: Drama. Romance. Ciencia ficción | Drama romántico.Enfermedad. Discapacidad. Pandemias

“Perfect Sense” nos narra una extraña epidemia que provoca que la humanidad, en total sincronía, vaya perdiendo, una a una, sus capacidades sensoriales. La vista, el gusto, el oído… todo va desapareciendo, poniendo a prueba la capacidad de adaptación de cada hombre y mujer, en un mundo que cambia al ritmo mismo de la epidemia. En tal torbellino los dos personajes protagonistas entran en contacto. Él, Michael (un chef) y ella, Susan (Eva Green), una científica que investiga el virus en cuestión , están condenados a enamorarse en una época en la que todo es pérdida…
La cuidadosa elección de los prismas desde los que se narra la historia, por un lado la analítica y fría ciencia y por otro la ductilidad del restaurante donde Michael trabaja, que trata de adaptarse a un nuevo mundo cada vez que sus clientes pierden un sentido, tejen un hilo argumental aderezado con una historia de amor imposible en un mundo imposible donde lo factible no está fuera de lugar cuando la voluntad está más allá de lo físico y empírico.
El elenco protagonista, tanto McGregor como Green, así como la galería de secundarios (destacando a Stephen Dillane y Connie Nielsen, entre otros) están más que correctos y saben transmitir, al servicio del guión, el drama que viven en esta espiral de pérdida y llegar hasta la audiencia empatizando con su desgracia.
La película puede sentirse austera, puede sentirse sombría, pero los recursos elegidos para transmitir el camino a la nada son, además de sutiles, altamente efectivos, originales y atractivos, hipnóticos incluso convirtiendo ese apocalipsis no sólo en una experiencia sensorial para sus protagonistas, sino para todos aquellos que visitan su historia en las salas de cine.
El olfato. Dicen que de todos los sentidos es el que mejor nos conecta con la memoria y el pasado. Yo creo que nos conecta más con el futuro. Cuando decimos que fulano tiene olfato para los negocios, no quiere decir que recuerda los que ha hecho, sino que logra olerse los que andarán bien o para tomar de las dos acepciones: que sabe aplicar las experiencias pasadas al porvenir.
El problema con el olfato es que suele ser muy individualista, pues llevar a cuestas nuestra propia fuente de referencias nos hace jueces muy egoístas. Nótese la actitud agresiva ante las flatulencias ajenas y esa generosa comprensión ante las propias, que va desde la serena indiferencia hasta el orgulloso espanto.
Una persona de buen olfato sabe leer lo que se esconde, las verdaderas causas y efectos que concurren al realizar algo, pero siendo tan profundo el origen de sus juicios no le resulta fácil compartirlos.
Este potencial explica esa primera crisis solitaria de melancolía y de nostalgia. Los ciudadanos de Glasgow lloran porque ya no logran relacionar su pasado con su futuro, pero no saben como expresar esta pérdida punzante y creciente.
El gusto. Es el más social de los sentidos y, quizás, el origen de toda cultura y conocimiento. Para el hombre primitivo era fundamental descubrir qué podía comer y qué no. Por eso “saber” y “sabor” tienen la misma raíz etimológica. El gusto ocupa en la memoria un lugar especial: desconfía de la validez de lo ausente, sabe que no hay sustituto para lo antes saboreado y aguarda paciente por la reaparición del hecho real, del verdadero sabor. Por eso es que en las primeras exploraciones amorosas este músculo tan reticente se encarga de dar el visto bueno, de revisar la compatibilidad térmica y química mediante un beso.
Otra característica importante del gusto es su curiosa participación en lo visual, al punto que decimos de quien sabe elegir lo apropiado que tiene “buen gusto”, como si la lengua, aún desde lejos, pudiera opinar sin llegar a lamer. Podemos suponer entonces que el gusto es quien elige, y elegir es el verbo fundamental de la elegancia.
Esto explica que la pérdida del gusto esté unida a la pérdida de la capacidad de discernir, y se desate esa hambre incontrolable y desordenada que no hay manera de saciar. Entre nosotros, elegir ha dejado de ser una manera de alimentarse.
El oído. Es ambiguo y difuso, pues suele lidiar con hechos esféricos. Cuando escuchamos música, el hecho auditivo por excelencia, la melodía parece provenir de todas partes; incluso, a veces, de nuestro interior.
Para Goethe la arquitectura era música congelada, ahora nos ha dado por descongelarla, como en ese capítulo del Cuarto Libro de Gargantúa y Pantagruel, cuando navegando entre glaciares se escuchan gritos y exclamaciones de una batalla librada un año antes, que ahora comienzan a sonar gracias al deshielo. Tomad, tomad, dijo Pantagruel, vedlas aquí que no están todavía descongeladas. Entonces nos lanzó a la cubierta puñados de palabras heladas, y parecían cuentas perladas de distintos colores que al calentarlas con nuestras manos se fundían como nieve, y las oíamos realmente.
Epicteto, el estoico, dijo que “Dios le dio al hombre dos orejas y una boca, para que oiga el doble de lo que habla”. La ira comienza a nacer cuando se exacerba el afán de hablar el doble de lo que se escucha y somos incapaces de dialogar los unos con los otros.
La vista. Es el sentido más promiscuo y engañoso. Suele ser la última ventana del cuerpo en cerrarse y, aún en sueños, puede predominar entreabierta. Esta misma condición incesante hace a este sentido perezoso, indolente y fácil de complacer. Pero también puede ser el más trágico. Buñuel decía que los ciegos y los sordos se odiaban, pues vivían compitiendo a ver quién era más hábil y más desgraciado. Creo que los ciegos llevan la ventaja en ambos reglones. Un Borges o un Homero sordos no tendrían la misma prestancia, superior aislamiento y distante santidad.
La vista es tan delicada y exigente que se han inventado serísimos términos para definir sus fallas: presbicia, astigmatismo, miopía, y hasta “cataratas”, un término fuera de proporción con el mínimo territorio de una pupila. En cambio desconozco los nombres científicos de una sordera a medias.
Lo que no logro entender –sólo lo intuyo y lo siento– es por qué la ceguera viene precedida de esa epidemia de amorosa comprensión. Recuerdo ahora una frase sobre nuestra situación política: “Esto no tiene solución sino desenlace”, y me lleno de temor ante la posibilidad, cada vez menos absurda, de llegar juntos a una fraternal y definitiva ceguera.
El tacto. Es tan amplio y superficial que suele pasar desapercibido. El chef y la doctora de Glasgow no llegan a perder este sentido, y probablemente logren ser felices en un reino oscuro y silente. No en balde hemos visto tantas veces en la vida y en las películas, que los amantes cierren los ojos como una manera de disfrutar más. De hecho tuve una novia desconcertante empeñada en chequear que yo no los abriera mientras la besaba.
En un listado de cuatro tipos de percepción táctil, encuentro dos modalidades que me sorprenden. Me esperaba la “termocepción”, percepción del calor o de su ausencia, y la “nocicepción”, percepción del dolor, pero no la “propiocepción”, percepción de nuestro propio cuerpo (he tenido esta grata sensación sólo las pocas veces que hago algo de ejercicio y una serie de suaves cosquilleos acompañan el recorrido de la sangre por mis brazos y piernas), ni la “equilibriocepción”, o sensación de equilibrio. Esta utilísima percepción se relaciona con el oído interno y nos permite advertir los tres ejes del espacio: arriba o abajo, izquierda o derecha, adelante o hacia atrás.
Supongo que tanto la conciencia de nuestro propio cuerpo como la de su ubicación en el espacio y el tiempo tendrán bastante relevancia en el análisis de la fuerte pérdida de sentidos que ha cundido en nuestro país a través de un enjambre de epidemias.
Al final de la película podemos darnos cuenta que detrás del sentido del tacto se enmascaran todos los demás sentidos, que afloran cuando una boca amada besa a otra boca cerrando los ojos. 

Fabián Requena






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