domingo, 13 de abril de 2014

Película: Nebraska
Año: 2013
Director: Alexander Payne
Interpretación: Bruce Dern, Will Forte, June Squibb, Stacy Keach, Bob Odenkirk, Rance Howard, Devin Ratray
País: Estados Unidos
Género: Drama, neo-noir.
Oscars: 6 nominaciones, incluyendo mejor película y director.
Alexander Payne regresa, tras la estupenda Los descendientes, con un nuevo film acerca de sus dos obsesiones máximas: las relaciones paternofiliales y la muerte; y lo hace, como en aquella vez, con un estilo depuradísimo (da la sensación de que más que nunca), de claras raíces clásicas, que le ha vuelto a generar, al igual que en sus otras películas, la crítica de quienes ven en él tan solo a un buen alumno. Sin embargo, no deberían sus detractores fiarse de la límpida fachada de esta producción.
Porque, para empezar, Nebraska es una historia que, en sí misma, no es tan sencilla como aparenta. De hecho, podría tratarse, sin más, del trayecto de un anciano hacia una determinada meta, pero ese periplo encuentra un matiz esencial en su propia formulación: el protagonista quiere viajar a otro estado para cobrar una fortuna inexistente. O sea, que estamos ante un relato filtrado por un absurdo que quiebra el clasicismo desde el exterior, dejando la vía libre a otras rupturas venideras, y mucho más salvajes, surgidas desde un palpitante interior.
Así, en esta ocasión, no parece un asunto banal que el sujeto más vital sea un hombre senil que ve en un viaje absurdo un estímulo que va mucho más allá del premio gordo a ganar (¿quién está realmente mayor?). Es alguien que anhela justificar, de algún modo, una dolorosa existencia que ha ido de la mano de la tumultuosa y beligerante Historia norteamericana del pasado siglo (el director vuelve a hacer bascular su película entre lo mínimo y lo máximo). Por eso la obra se ensancha al llegar al viejo pueblo, donde nada (y, a la vez, todo) ha cambiado. Allí, el autor rueda con mano invisible una serie de encuentros mientas acumula, con clase e inteligencia, y sin menospreciar jamás al espectador, sutiles capas que, poco a poco, construyen un complejo estrato. De esta manera, el diálogo en el cementerio, afortunada mente alejado de cualquier tipo de sensiblería y moteado por un humor magnífico (uno de los sellos personales del americano, que recorre enteramente este metraje de aliento tragicómico), revela la dificultad de la puesta en escena transparente de Payne. Es un instante de un importante calado lírico y humano que vira lo visto y lo que está por verse. A partir de aquí, el dolor y la amargura suscitados por el paso del tiempo se filtrarán a través de las ajadas pieles de los ancianos pueblerinos, auténticos espectros y casi los únicos habitantes de un espacio condenado a la desaparición (la ligazón entre lo grande y lo pequeño de nuevo) donde tan solo un par de gordos vagos, que se mueven únicamente de su sofá por interés, son jóvenes. Todos estos sujetos respiran en un ecosistema plagado de objetos inertes disfuncionales (máquinas antiguas), inmigrantes perdidos en el significado de las palabras u otros elementos relacionados con la inconexión vital, como la televisión familiar frente a la cual se citan los hombres de la casa para mirarla perplejos dentro de una extraña toma en la que da la sensación de que la luz de las imágenes de un partido de fútbol está erosionando sus figuras al igual que hace el tiempo con las estatuas (regreso al drama de la inactividad). Unos indiscutibles logros en la puesta en escena que van acompañados de otros sutiles hallazgos textuales que son expresados, por lo general (y una vez más en el cine de este director), a través de los personajes femeninos. Así, resulta prácticamente imposible no conmoverse ante lo que se antojan las ruinas de una vieja disputa entre dos mujeres por un varón que, quizás, no lo merecía (¿un eco de otra época convenientemente matizado por el trato que la esposa del protagonista le da a su marido?). Del mismo modo que no podemos evitar sentirnos agitados al verlas usar repetidamente la palabra ‘zorra’ cual epíteto multiusos. Sin duda, unos deliciosos detalles que nos mantienen asombrados durante toda la proyección y que son culminados con una maravillosa confesión final de un padre a un hijo que encuentra su cumplimiento en un bello gesto de autoafirmación. O sea, que nos encontramos frente a una de esas películas que son grandes sin parecerlo ni alzar la voz; es decir, frente a un trabajo de Alexander Payne que, como tal, no se muestra preocupado en aparentar, ni intimidado ante la mirada inquisidora de quienes no pueden/quieren participar de su sensibilidad fantasma. No se escapa de este film la manera humana y muy dolorosa entre la relación padre e hijo, la forma como el hijo maneja los sueños de su padre dentro de su patología, haciéndole un final feliz, lo que todo hombre quiere hacer en su vida “importante” sin tomar en cuenta su pasado. El amor del hijo hacia el padre, sin críticas, sobresale, y un padre senil, con cuadros de demencia que florecen día a día, protegidos por el hijo que cueste lo que cueste tiene que hacer realidad esa gran ilusión de su padre. Lamentable que solo fue nominada al Oscar, merecía un Oscar, por lo menos. Es un derroche constante de fotografías en blanco y negro, como si el tiempo se hubiera detenido junto con la paciencia del director, no hay nada apresurado, todo fluye. 
Excelente película, y muy bien lograda en el estilo neo-noir.

Fabián Requena

El amor del hijo hacia el padre desgastado por los años.



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